LA INMIGRACIÓN NO ES UN PROBLEMA DE SEGURIDAD. ES LA SEGURIDAD DE QUE EL PAÍS SIGA EXISTIENDO.
Por más que a algunos les moleste admitirlo, la verdad demográfica de España es tan clara como devastadora: este país no se muere por la inmigración, se muere porque sus propios ciudadanos han renunciado a tener hijos. La crisis de natalidad no es un fantasma abstracto; es una realidad que lleva más de una década agravándose y que, en última instancia, hace que necesitemos más inmigración. Y no, no es opcional: es una cuestión de supervivencia nacional.
Entre 2015 y 2024, España ha perdido un 25% de sus nacimientos. Es decir, uno de cada cuatro niños que debería haber nacido, no ha llegado a existir. En comunidades como Galicia o el País Vasco, los datos son directamente dramáticos. Las mujeres de entre 28 y 38 años, una franja de edad históricamente fértil, ya no tienen hijos o no encuentran hombres con los que tenerlos, una masculinidad que está renunciando a ser padre. La mayoría, como muestran los datos del INE, ni siquiera uno. Y las que lo hacen, lo hacen tarde y con uno como máximo. No porque no puedan, sino porque no quieren. Igual que los hombres en edad reproductiva. Tanto ellos como ellas han decidido que su carrera, su libertad personal o su comodidad están por encima de formar una familia.
Sí, es cierto que la vivienda es cara. Sí, los salarios son bajos. Sí, la conciliación brilla por su ausencia. Pero también es cierto que muchos jóvenes españoles con estabilidad económica tampoco quieren tener hijos, porque formar una familia implica renuncias, compromisos, sacrificios. Y eso, en la España del “yo primero”, es anatema. Hemos creado una sociedad en la que se valora más un viaje a Tailandia o un máster en marketing digital que la posibilidad de criar a un hijo. ¿Y luego se quejan de que vienen inmigrantes? ¿Qué esperaban?
España necesita inmigración porque los españoles ya no quieren sostener su propio país. Las escuelas se vacían, los barrios envejecen, la pirámide poblacional está invertida y no hay relevo generacional. ¿Quién va a pagar las pensiones? ¿Quién va a cuidar de los mayores? ¿Quién va a trabajar en los oficios que ya nadie quiere ejercer?
❝España se apaga, y algunos todavía culpan al que llega, no al que no quiere quedarse❞
Y en medio de todo esto, tenemos a una parte de la sociedad que demoniza al inmigrante, que lo culpa de “quitar trabajo” o de “cambiar la cultura”, cuando la realidad es que si no fuera por él, muchos sectores económicos se habrían colapsado hace años. El inmigrante no viene a robar nada: viene a llenar el hueco que nosotros mismos hemos dejado.
No se puede criticar a quienes vienen a trabajar, formar familias y contribuir, mientras uno mismo ha renunciado a hacer precisamente eso. No hay discurso más hipócrita que el del español que rechaza la inmigración mientras ha decidido no tener hijos porque prefiere vivir sin ataduras.
Esta no es sólo una cuestión política. Es una cuestión también moral. Porque la falta de natalidad en España no se debe únicamente a causas externas: también es fruto de un egoísmo sistemático disfrazado de libertad personal. La libertad sin responsabilidad no construye futuro: lo vacía.
Queremos que el país no dependa de la inmigración, pero no estamos dispuestos a formar las familias que lo sostengan. Queremos pensiones, pero no hijos. Queremos servicios públicos, pero no nuevas generaciones que los mantengan. Esa incoherencia nos está costando el futuro.
Hasta que no dejemos de mirar con recelo al inmigrante y empecemos a mirar con honestidad al espejo, España seguirá cayendo en picado demográficamente. Y lo peor es que será, en gran parte, por decisión propia.
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